miércoles, 21 de marzo de 2007

Kafka en la orilla.


Si tuviera que ponerle un adjetivo a la escritura de Murakami sería frío, frío en los sentidos. Con su provocadora apariencia de desidia e indiferencia, obliga a quien lo lee a buscar algo más que una buena historia y sonreír con sus guiños a Carver y, en esta ocasión, también al Paul Auster de “El Palacio de la Luna”. Los libros de Murakami nos obligan a buscarnos a nosotros mismos en lo que queda del relato.

“A veces el destino se parece a una pequeña tempestad de arena que cambia de dirección sin cesar. Tú cambias de rumbo intentando evitarla. Y entonces la tormenta también cambia de dirección, siguiéndote a ti. Tú vuelves a cambiar de rumbo. Y la tormenta vuelve a cambiar de dirección, como antes. Y esto se repite una y otra vez. Como una danza macabra con la Muerte antes del amanecer. Y la razón es que la tormenta no es algo que venga de lejos y no guarde relación contigo. Esta tormenta en definitiva eres tú. Es algo que se encuentra en tu interior. Lo único que puedes hacer es resignarte, meterte en ella de cabeza, taparte con fuerza los ojos y las orejas para que no se te llenen de arena e ir atravesándola paso a paso. Y en su interior no hay sol, ni luna, ni dirección, a veces ni siquiera existe el tiempo. Allí solo hay arena blanca y fina, como polvo de huesos, danzando en lo alto del cielo. Imagínate una tormenta como esta.
Y tú en verdad la atravesarás, claro está. La violenta tormenta. La tormenta de arena metafísica y simbólica. Pero por más metafísica y simbólica que sea, te rasgará cruelmente la carne como si de mil cuchillos se tratase……
Y cuando la tormenta de arena haya pasado, tú no comprenderás cómo has logrado cruzarla con vida. ¡No! Ni siquiera estarás seguro de que la tormenta haya cesado de verdad. Pero una cosa sí quedará clara. Y es que la persona que surja de la tormenta no será la misma persona que penetró en ella. Y ahí estriba el significado de la tormenta de arena.”

La novela es un relato de esas tempestades entre las que destaca la del joven quinceañero Kafka Tamura, pero no se quedan atrás las de otros personajes unidos por el azar y el destino como la Señora Saeki, el viejo Nakata que goza de la capacidad de hablar con los gatos y el camionero Hoshino.
La escena en la que se ve como Jhonny Walker obtiene las almas de los gatos es tremenda y no apta para todos los públicos.

Y es que ya lo dice el autor: “La vida es una metáfora”

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